¿Para qué sirve un periodista?
Pascual Serrano defiende que el compromiso ético es más importante
que la neutralidad, y cita ejemplos paradigmáticos como Kapuscinski,
Walsh, Snow, Reed o Capa
Libros
|
07/06/2012 - 00:04h
Barcelona Redactor
Portada del último libro de Pacual Serrano
Ediciones Península
En la mayoría de facultades españolas - con maravillosas excepciones
-, los periodistas se forman bajo el paradigma sostenido con dos
principios supuestamente inquebrantables: la objetividad y la
imparcialidad. El experto en análisis de los medios de comunicación,
Pascual Serrano, aboga
Contra la neutralidad
en su nuevo libro, en el que, tras los pasos de grandes profesionales,
como Kapuscinski, Walsh, Snow, Reed o Capa, asegura que “el culto a la
objetividad provoca que los reporteros que presencian tragedias y
sufrimientos cuyos responsables están perfectamente identificados vean
que sus crónicas terminan llegando al público descafeinadas”.
Los periodistas, hasta que se demuestre lo contrario, son personas
vivas. Sujetos que ven, sienten y reflexionan. Entonces, ¿qué quiere
decir ser objetivo? Alguien que enfoca su mirada, que tiene voluntad de
estilo, que pregunta más de la cuenta, no es objetivo. Ni cómodo. No es
un sofá. Objetivos son, sí, los objetos. Los pantalones usados, las
lámparas amarillas, las sillas aerodinámicas. ¿No hemos confundido,
pues, los pilares de la profesión con una falacia que nos impide ir más
allá de los datos y los números?
La equidistancia y la pluralidad
Serrano mantiene
que la imparcialidad de la que algunos alardean es “solo una labor
mecánica, algo así como el cumplimiento de órdenes, la obediencia debida
del militar”. Pero el consultor, y especialista en política
internacional, desnuda otro de los mitos contemporáneos del periodismo:
la equidistancia. “No es cierto que la verdad se sitúe a mitad del
camino de dos puntos de vista contrapuestos”. Poner ejemplos concretos
no es nada difícil: ¿Cuántas personas se manifestaron en la huelga
general? ¿La media surgida del número ofrecido por las fuentes oficiales
y del que dieron los sindicatos? ¿O una cifra independiente? Si vamos a
casos más extremos, la idea de equidistancia cae por sí sola. ¿La
verdad de lo que ocurre en Siria se puede formar a partir de lo que dice
las dos partes enfrentadas? Si una víctima denuncia que han bombardeado
a toda su familia y el Gobierno asegura que han sido terroristas, ¿ser
neutral y equidistante sería afirmar qué exactamente?
Con esa “curiosa idea de que, si incluyes una cita de cada bando, ya
has cumplido el objetivo” se banaliza el ejercicio periodístico y, según
Pascual Serrano, quizás se ignora que alguien está intentando
“justificar un crimen”. Para el autor, “el problema es que estamos
creando un profesional que ya no sabe incorporar principios y valores
éticos y culturales a su trabajo”. Su vocabulario, añade, “se limita a
la exposición de hechos y no incluye la elaboración de reflexiones o
análisis”.
Es importante dejar claro que este ensayo apuesta por un modelo de
periodismo que sea plural - que pregunte a todas las partes aunque no
crea a todos por igual -, que sea riguroso - que no justifique
manipulaciones por coincidir ideológicamente - y, sobre todo, que sea
honesto. O sea, que no mienta, que su compromiso sea sincero y
auténtico. Un buen periodista, si no es un mueble, se puede equivocar,
pero no traicionar a su lector, ni mucho menos a sí mismo.
El periodista comprometidoRyszard
Kapuscinski,
en esta línea, señala que un corresponsal no puede creer en la
objetividad de la información “cuando el único informe posible resulta
personal y
provisional”.
No es neutral, ni quiere serlo, porque ha adoptado una actitud, una
intencionalidad: el compromiso frente a las injusticias. El periodista,
esté cubriendo una guerra o esté en su mesa explicando un desahucio,
tiene una responsabilidad social. Hablar de lo que no se habla,
“subrayar lo que se margina”.
Kapuscinski cree que el profesional debe intentar “provocar algún
tipo de cambio”. “Sin utilizar el odio o estimular la venganza”,
argumenta el polaco, el periodista debe utilizar su bagaje para
enriquecer el texto, y es que el que escribe no es simplemente un
espectador frío, un contendor de sucesos, un altavoz de declaraciones,
un técnico que empaqueta la información: “es importante que no te
contagies de esa enfermedad terrible que es la indiferencia”.
John Reed, quien explicó la Rusia revolucionaria en
Díez días que estremecieron al mundo,
tampoco fue neutral ni objetivo. Sin embargo, Serrano asevera que “su
rigurosidad le impide creer precipitadamente algunas versiones” de
fuentes que entiende como afines. Reed, que suele utilizar la primera
persona, demuestra que la pasión no está reñida con escribir con
precisión y profundidad.
Rodolfo Walsh, célebre autor de
Operación Masacre,
es otro de los periodistas escogidos en este libro. Walsh, quien
denunció el fusilamiento clandestino de un grupo de ciudadanos
argentinos en 1956, afirmaba que las dos cualidades esenciales del buen
profesional son la “exactitud y rapidez”. Permanece desaparecido desde
el 25 de marzo de 1977, y se ha convertido en todo un icono de la
libertad de expresión.
Edgar Snow,
por su parte, que fue el hombre que “descubrió” Asia a Occidente,
recurre “desde Aristóteles hasta Mark Twain para explicar China y sus
acontecimientos”, y su inteligencia le sirvió para conseguir grandes
exclusivas, como la entrevista que realizó a Mao y al resto de líderes
comunistas. Serrano nos dice que “a pesar de su simpatía y su defensa de
la revolución china, no dudó en expresar inquietud”, y criticó el culto
a la personalidad de Tse-tung.
Por último, encontramos en
Contra la neutralidad el caso de
Robert Capa,
un referente del fotoperiodismo que aseguraba que “ante una guerra hay
que tomar partido, sin lo cual no se soporta lo que ahí ocurre”. Pese al
incalculable valor de su obra, los que le conocieron atestiguan que era
modesto y que se planteaba, como el resto, la utilidad ética de su
trabajo, sobre todo tras el decepcionante colapso del idealismo en
España.
La intencionalidad y la información
Pascual
Serrano sabe que el ciudadano huye del artículo de opinión disfrazado de
noticia, y “desconfía de cualquier argumentación que no incluya
información, datos, testimonios fiables”. Por ello, mantiene que el
reportaje se ha convertido en el soporte más adecuado para el periodista
que no quiere caer en la nota de prensa o el teletipo de agencia. El
también autor de Traficantes de información (2010) insiste en
que “la intencionalidad es lícita y efectiva si está dominada por la
credibilidad y no por el mero mensaje ideológico”.
El libro de Serrano concluye con un interrogante, el periodismo que
viene. Según el autor, en los últimos años hemos asistido a una
“obsesión por el sensacionalismo” y, en el mejor de los casos, los
profesionales se limitan a responder telegráficamente las cinco W
inglesas (qué, quién, dónde, cuándo, cómo y por qué). Sea para la red o
para el papel, sea en un texto breve o en una extensa crónica, si
obviamos los antecedentes, el contexto y el nervio, estaremos
produciendo un depósito de información. Los periódicos serán un
cementerio de documentos sin interpretar que, por lo tanto, renuncian al
conocimiento. Para escribir, apunta Serrano, hace falta valor, y “para
tener valor hace falta tener valores”. Las máquinas, las que copian y
pegan inventarios estériles, aún no lo tienen.