jueves, 21 de junio de 2012

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en los archivos Word


viernes, 15 de junio de 2012

¿Para qué sirve un periodista?

Pascual Serrano defiende que el compromiso ético es más importante que la neutralidad, y cita ejemplos paradigmáticos como Kapuscinski, Walsh, Snow, Reed o Capa

Libros | 07/06/2012 - 00:04h
Albert Lladó
Barcelona Redactor
¿Para qué sirve un periodista?


                                       Portada del último libro de Pacual Serrano Ediciones Península

En la mayoría de facultades españolas - con maravillosas excepciones -, los periodistas se forman bajo el paradigma sostenido con dos principios supuestamente inquebrantables: la objetividad y la imparcialidad. El experto en análisis de los medios de comunicación, Pascual Serrano, aboga Contra la neutralidad en su nuevo libro, en el que, tras los pasos de grandes profesionales, como Kapuscinski, Walsh, Snow, Reed o Capa, asegura que “el culto a la objetividad provoca que los reporteros que presencian tragedias y sufrimientos cuyos responsables están perfectamente identificados vean que sus crónicas terminan llegando al público descafeinadas”.

Los periodistas, hasta que se demuestre lo contrario, son personas vivas. Sujetos que ven, sienten y reflexionan. Entonces, ¿qué quiere decir ser objetivo? Alguien que enfoca su mirada, que tiene voluntad de estilo, que pregunta más de la cuenta, no es objetivo. Ni cómodo. No es un sofá. Objetivos son, sí, los objetos. Los pantalones usados, las lámparas amarillas, las sillas aerodinámicas. ¿No hemos confundido, pues, los pilares de la profesión con una falacia que nos impide ir más allá de los datos y los números?

La equidistancia y la pluralidad
Serrano mantiene que la imparcialidad de la que algunos alardean es “solo una labor mecánica, algo así como el cumplimiento de órdenes, la obediencia debida del militar”. Pero el consultor, y especialista en política internacional, desnuda otro de los mitos contemporáneos del periodismo: la equidistancia. “No es cierto que la verdad se sitúe a mitad del camino de dos puntos de vista contrapuestos”. Poner ejemplos concretos no es nada difícil: ¿Cuántas personas se manifestaron en la huelga general? ¿La media surgida del número ofrecido por las fuentes oficiales y del que dieron los sindicatos? ¿O una cifra independiente? Si vamos a casos más extremos, la idea de equidistancia cae por sí sola. ¿La verdad de lo que ocurre en Siria se puede formar a partir de lo que dice las dos partes enfrentadas? Si una víctima denuncia que han bombardeado a toda su familia y el Gobierno asegura que han sido terroristas, ¿ser neutral y equidistante sería afirmar qué exactamente?

Con esa “curiosa idea de que, si incluyes una cita de cada bando, ya has cumplido el objetivo” se banaliza el ejercicio periodístico y, según Pascual Serrano, quizás se ignora que alguien está intentando “justificar un crimen”. Para el autor, “el problema es que estamos creando un profesional que ya no sabe incorporar principios y valores éticos y culturales a su trabajo”. Su vocabulario, añade, “se limita a la exposición de hechos y no incluye la elaboración de reflexiones o análisis”.

Es importante dejar claro que este ensayo apuesta por un modelo de periodismo que sea plural - que pregunte a todas las partes aunque no crea a todos por igual -, que sea riguroso - que no justifique manipulaciones por coincidir ideológicamente - y, sobre todo, que sea honesto. O sea, que no mienta, que su compromiso sea sincero y auténtico. Un buen periodista, si no es un mueble, se puede equivocar, pero no traicionar a su lector, ni mucho menos a sí mismo.

El periodista comprometido
Ryszard Kapuscinski, en esta línea, señala que un corresponsal no puede creer en la objetividad de la información “cuando el único informe posible resulta personal y provisional”. No es neutral, ni quiere serlo, porque ha adoptado una actitud, una intencionalidad: el compromiso frente a las injusticias. El periodista, esté cubriendo una guerra o esté en su mesa explicando un desahucio, tiene una responsabilidad social. Hablar de lo que no se habla, “subrayar lo que se margina”.

Kapuscinski cree que el profesional debe intentar “provocar algún tipo de cambio”. “Sin utilizar el odio o estimular la venganza”, argumenta el polaco, el periodista debe utilizar su bagaje para enriquecer el texto, y es que el que escribe no es simplemente un espectador frío, un contendor de sucesos, un altavoz de declaraciones, un técnico que empaqueta la información: “es importante que no te contagies de esa enfermedad terrible que es la indiferencia”.

John Reed, quien explicó la Rusia revolucionaria en Díez días que estremecieron al mundo, tampoco fue neutral ni objetivo. Sin embargo, Serrano asevera que “su rigurosidad le impide creer precipitadamente algunas versiones” de fuentes que entiende como afines. Reed, que suele utilizar la primera persona, demuestra que la pasión no está reñida con escribir con precisión y profundidad.

Rodolfo Walsh, célebre autor de Operación Masacre, es otro de los periodistas escogidos en este libro. Walsh, quien denunció el fusilamiento clandestino de un grupo de ciudadanos argentinos en 1956, afirmaba que las dos cualidades esenciales del buen profesional son la “exactitud y rapidez”. Permanece desaparecido desde el 25 de marzo de 1977, y se ha convertido en todo un icono de la libertad de expresión.

Edgar Snow, por su parte, que fue el hombre que “descubrió” Asia a Occidente, recurre “desde Aristóteles hasta Mark Twain para explicar China y sus acontecimientos”, y su inteligencia le sirvió para conseguir grandes exclusivas, como la entrevista que realizó a Mao y al resto de líderes comunistas. Serrano nos dice que “a pesar de su simpatía y su defensa de la revolución china, no dudó en expresar inquietud”, y criticó el culto a la personalidad de Tse-tung.

Por último, encontramos en Contra la neutralidad el caso de Robert Capa, un referente del fotoperiodismo que aseguraba que “ante una guerra hay que tomar partido, sin lo cual no se soporta lo que ahí ocurre”. Pese al incalculable valor de su obra, los que le conocieron atestiguan que era modesto y que se planteaba, como el resto, la utilidad ética de su trabajo, sobre todo tras el decepcionante colapso del idealismo en España.

La intencionalidad y la información
Pascual Serrano sabe que el ciudadano huye del artículo de opinión disfrazado de noticia, y “desconfía de cualquier argumentación que no incluya información, datos, testimonios fiables”. Por ello, mantiene que el reportaje se ha convertido en el soporte más adecuado para el periodista que no quiere caer en la nota de prensa o el teletipo de agencia. El también autor de Traficantes de información (2010) insiste en que “la intencionalidad es lícita y efectiva si está dominada por la credibilidad y no por el mero mensaje ideológico”.

El libro de Serrano concluye con un interrogante, el periodismo que viene. Según el autor, en los últimos años hemos asistido a una “obsesión por el sensacionalismo” y, en el mejor de los casos, los profesionales se limitan a responder telegráficamente las cinco W inglesas (qué, quién, dónde, cuándo, cómo y por qué). Sea para la red o para el papel, sea en un texto breve o en una extensa crónica, si obviamos los antecedentes, el contexto y el nervio, estaremos produciendo un depósito de información. Los periódicos serán un cementerio de documentos sin interpretar que, por lo tanto, renuncian al conocimiento. Para escribir, apunta Serrano, hace falta valor, y “para tener valor hace falta tener valores”. Las máquinas, las que copian y pegan inventarios estériles, aún no lo tienen.

 

jueves, 7 de junio de 2012

Explicación rápida de una catedra semestral 
(Valido para cualquier escrito)

Diez consejos (arbitrarios) para el trabajo de campo en la crónica

de Saladeprensa.org, el jueves, 7 de junio de 2012 a la(s) 9:42 ·
Alberto Salcedo Ramos

1) Serás curioso. La curiosidad es lo que le permite al reportero descubrir pistas reveladoras durante el trabajo de campo y aprovecharlas. El grado de curiosidad que tengas determinará en gran parte los alcances de tu exploración. Recuerda lo que decía Eça de Queirós: de uno depende que la curiosidad sirva para descubrir América o tan solo para fisgonear detrás de la puerta.

2) Serás genuinamente curioso. Un reportero puede programarse para ser curioso durante el tiempo en que realiza su trabajo de campo, pero más le vale que lo sea siempre y de manera auténtica. Que aunque no esté investigando para una crónica sienta una gran curiosidad por el otro. Por los otros. Por lo otro. Por todo lo que esté más allá de sus narices. Hay un proverbio campesino muy sabio: “quien curiosea el nudo, aprende a soltarlo”.

3) Continuarás siendo curioso. Es decir, entenderás que cuando un buen reportero satisface su curiosidad no siente ganas de acostarse a dormir sino de seguir indagando. Una curiosidad lleva a la otra, y luego a la otra. El reportero husmeador siempre encuentra motivos para plantearle nuevas preguntas a la realidad. Y como es tan obstinado, a veces descubre puertas donde los demás ven muros.

4) Tirar la punta del ovillo. Una mañana de 2002 un aguacero derrumba en Medellín un árbol centenario de caucho, un árbol que en esa ciudad es un ícono del paisaje urbano. Alertados por el ruido que produce la fronda gigante al chocar contra el pavimento, los curiosos acuden en masa al lugar del suceso. Uno de esos fisgones es el periodista Juan Miguel Villegas, que entonces cuenta apenas veinticinco años. Varios trabajadores de la empresa de aseo aparecen de pronto con seguetas eléctricas, dispuestos a despedazar el árbol para botarlo como simple basura. Los habitantes empiezan a apoderarse de los restos del árbol. Y el periodista tiene la curiosidad de seguirle el rastro a cada trozo de madera. Va a un restaurante chino, al apartamento de una señora, a un taller de carpintería. Ve cómo cada persona de esas utiliza el retazo que le tocó en suerte. Lo que pudo haber sido una nota de registro sobre la muerte de un árbol, se convierte en un relato original sobre la influencia del azar en la vida de la ciudad. Volvemos a la necesidad de tirar la punta del ovillo, es decir, a la curiosidad. Esa es la razón de ser del periodismo narrativo: investigamos porque no soportamos la idea de quedarnos con ninguna duda.

5) Intentarás ir más allá de lo evidente. Los hechos y personajes de la realidad son mucho más de lo que se ve a simple vista. Para el reportero conformista el balín es un punto final, una pequeña esfera de plomo sobre la cual ya todo está dicho. No se puede desmenuzar un balín, no se puede entrar en él. Salvo que aparezca un reportero acucioso, por supuesto. El acucioso hace rodar el balín, se da mañas para romperlo porque necesita averiguar qué tiene por dentro.

6) Intentarás descubrir la totalidad del iceberg. Hemingway nos enseñó que los datos que aparecen publicados en las buenas historias son una fracción mínima de la investigación que recopiló el autor. La parte del iceberg que sobresale en el mar –nos recordó– es tan solo un octavo de lo que mide en total ese témpano de hielo. Los siete octavos restantes están sumergidos en el agua. No se ven pero son los que sustentan la punta que está por fuera, a la vista de todo el mundo. Lo que le permite a uno escribir con solvencia mil palabras es investigar como si fuera a escribir veinticuatro mil. Y no lo olvides: aquí no basta con saber que bajo el agua están escondidas las siete octavas partes del iceberg: hay que conocerlas.

7) Te preocuparás por buscar los datos que no salen en Wikipedia. Utilizarás Google, como hacemos todos hoy, pero tendrás claro que si esa es tu única herramienta para hacer pesquisas estás perdido. Hay mucha información de calidad que no figura en internet: tu reto es encontrarla.

8 ) Buscarás datos de calidad. Cuando John Hersey escribió sobre Hiroshima nos contó a qué distancia exacta del epicentro de la explosión de la bomba atómica se encontraba cada uno de sus personajes. Cuando Juan Villoro vivió el terremoto de 8.8 grados que devastó Chile, nos informó que el sismo modificó el eje de rotación de la tierra y el día se redujo en 1,26 microsegundos. Cuando Leonardo Faccio escribió sobre el futbolista Leo Messi, nos advirtió que sólo veinticinco países en el mundo tienen un Producto Interno Bruto mayor que la industria del fútbol. El contador de historias se tropieza con las mismas cifras del reportero que escribe la noticia de primera plana, pero va más allá: sus datos, además de informar, deben sorprender, iluminar los ángulos más inesperados de la realidad.

9) Irás más allá del entrecomillado. Gran parte del periodismo que se hace hoy es rehén de las entrevistas. Hablan los ministros, habla el papa, habla el cantante de moda, habla el embajador, habla el director de la oficina de atención de emergencias, habla todo el mundo, hasta el loro, y los periodistas incluyen en sus titulares la parte de la declaración que consideran más impactante. Cuando nadie habla, no hay noticia. Parece que no hubiera más formas de acercarse a los personajes que a través del diálogo oral. Yo pregunto, tú respondes, y ya está: pan comido. La crónica es un género narrativo y, por tanto, va más allá de eso que Alma Guillermoprieto llama “el síndrome del entrecomillado”. Contar historias –decía Robert Louis Stevenson– es escribir sobre gente en acción. De modo que nuestra indagación trasciende las entrevistas: acompañamos a los personajes, aprendemos a oírlos incluso cuando no están respondiendo a nuestras preguntas, procuramos verlos desenvolverse en sus espacios habituales. En una palabra, intentamos ser testigo de escenas, de muchas escenas.

10) Te acercarás a los cuernos del toro. La crónica no es un género para periodistas aburguesados, de esos a los que ya les da pereza recorrer leguas de camino y untarse de barro. Volvamos a Hemingway: “La distancia entre el toro y el torero es inversamente proporcional al dinero que el torero tiene en el banco”. No tengo nada contra tu cuenta bancaria pero sí contra el hecho de que ya no quieras acercarte a la zona de candela. La realidad es un toro al que hay que agarrar por los cuernos.

lunes, 4 de junio de 2012

Ejemplos de Vínculos 


Yaracuy reunirá a periodistas en XIII Juegos Deportivos

El Colegio Nacional de Periodistas,  se prepara para participar en los XIII Juegos Deportivos a celebrarse en el estado Yaracuy entre el 20 y 24 del próximo mes de julio.

La seccional del estado Bolívar, encabezada por su secretario general adjunto, Armando Obdola Bello, y su secretario de organización Humberto Escobar,  exhortó a los agremiados, así como a reporteros gráficos y estudiantes a participar en esta justa deportiva, donde ellos estiman llevar atletas en por lo menos diez disciplinas, como en voleibol de playa, dómino, bolas criollas, atletismo, natación, caminata, y otras. http://www.oidossucios.com/noticias/5507/evanescence-no-vendra-venezuela/

Las inscripciones están abiertas en la sede del CNP Seccional Ciudad Bolívar hasta el 15 de junio. Recordaron que esta seccional ha alcanzado destacarse en estos juegos donde intervienen las 26 seccionales del gremio a nivel nacional. Informaron que para estos juegos esperan entregar premiación en metálico al atleta de la seccional más destacado en estos juegos.

Al hacer su balance, Espacio Público registró 224 denuncias de violaciones a la libertad de expresión documentados durante el año 2011. Esta cifra representa un aumento del 16% en el número de violaciones con relación al año 2010. Los casos y violaciones registrados evidencian una tendencia restrictiva para la realización de este derecho humano en Venezuela.  http://www.netjoven.pe/espectaculos/93647/One-Direction-y-The-Wanted-compiten-por-tener-sus-estatuas-de-cera.html


Desglosando el informe se menciona que el Distrito Capital se mantiene como el estado con mayor número de violaciones a la libertad de expresión  con el 36,7 % (51), seguido por el estado Barinas (11) con más casos, las cuales en su mayoría son llevadas a cabo por actuaciones de los cuerpos de seguridad y funcionarios públicos del estado. El tercer lugar lo ocupan los estados Miranda y Aragua con 9 casos respectivamente.

Sin embargo, no es en la capital donde únicamente suceden agresiones contra los periodistas y el secretario General del Colegio Nacional de Periodistas, seccional Barinas, Tarquino González, informó que existen 57 casos de violación a la libertad de expresión y al libre ejercicio del periodismo documentados desde el 2008 hasta la actualidad en esa entidad. http://aseguirnos.blogspot.fr/2012/06/empresario-ofrece-13800-millones-de.html

sábado, 2 de junio de 2012

Cómo comencé a escribir

de Saladeprensa.org, el Sábado, 2 de junio de 2012 a la(s) 8:58 ·

Primero que todo, perdóneme que hable sentado, pero la verdad es que si me levanto corro el riesgo de caerme de miedo. De veras. Yo siempre creí que los cinco minutos más terribles de mi vida me tocaría pasarlos en un avión y delante de 20 a 30 personas, no delante de 200 amigos como ahora. Afortunadamente, lo que me sucede en este momento me permite empezar a hablar de mi literatura, ya que estaba pensando que yo comencé a ser escritor en la misma forma que me subí a este estrado: a la fuerza. Confieso que hice todo lo posible por no asistir a esta asamblea: traté de enfermarme, busqué que me diera una pulmonía, fui a donde el peluquero con la esperanza de que me degollara y, por último, se me ocurrió la idea de venir sin saco y sin corbata para que no me permitieran entrar en una reunión tan formal como esta, pero olvidaba que estaba en Venezuela, en donde a todas partes se puede ir en camisa. Resultado: que aquí estoy y no sé por dónde empezar. Pero les puedo contar, por ejemplo, cómo comencé a escribir.

A mí nunca se me había ocurrido que pudiera ser escritor pero, en mis tiempos de estudiante, Eduardo Zalamea Borda, director del suplemento literario de El Espectador de Bogotá, publicó una nota donde decía que las nuevas generaciones de escritores no ofrecían nada, que no se veía por ninguna parte un nuevo cuentista ni un nuevo novelista. Y concluía afirmando que a él se le reprochaba porque en su periódico no publicaba sino firmas muy conocidas de escritores viejos, y nada de jóvenes en cambio, cuando la verdad —dijo— es que no hay jóvenes que escriban.

A mí me salió entonces un sentimiento de solidaridad para con mis compañeros de generación y resolví escribir un cuento, no más por taparle la boca a Eduardo Zalamea Borda, que era mi gran amigo, o al menos que después llegó a ser mi gran amigo. Me senté y escribí el cuento, lo mandé a El Espectador. El segundo susto lo obtuve el domingo siguiente cuando abrí el periódico y a toda página estaba mi cuento con una nota donde Eduardo Zalamea Borda reconocía que se había equivocado, porque evidentemente con “ese cuento surgía el genio de la literatura colombiana” o algo parecido.

Esta vez sí que me enfermé y me dije: ¡En qué lío me he metido!” ¿Y ahora qué hago para no hacer quedar mal a Eduardo Zalamea Borda?” Seguir escribiendo, era la respuesta. Siempre tenía frente a mí el problema de los temas: estaba obligado a buscarme el cuento para poderlo escribir.

Y esto me permite decirles una cosa que compruebo ahora, después de haber publicado cinco libros: el oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica. La facilidad con que yo me senté a escribir aquel cuento una tarde no puede compararse con el trabajo que me cuesta ahora escribir una página. En cuanto a mi método de trabajo, es bastante coherente con esto que les estoy diciendo. Nunca sé cuánto voy a poder escribir ni qué voy a escribir. Espero que se me ocurra algo y, cuando se me ocurre una idea que juzgo buena para escribirla, me pongo a darle vueltas en la cabeza y dejo que se vaya madurando. Cuando la tenga terminada (y a veces pasan muchos años, como en el caso de Cien años de soledad que pasé diez y nueve años pensándola), cuando la tengo terminada repito, entonces me siento a escribirla y ahí empieza la parte más difícil y la que más me aburre. Porque lo más delicioso de la historia es concebirla, irla redondeando, dándole vueltas y revueltas, de manera que a la hora de sentarse a escribirla ya no le interesa a uno mucho, o al menos a mí no me interesa mucho.

La idea que le da vueltas

Les voy a contar, por ejemplo, la idea que me está dando vueltas en la cabeza hace ya varios años y sospecho que la tengo ya bastante redonda. Se las cuento ahora, porque seguramente cuando la escriba, no sé cuando, ustedes la van a encontrar completamente distinta y podrán observar en qué forma evolucionó. Imagínense un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija menor de 14. Está sirviéndoles el desayuno a sus hijos y se le advierte una expresión muy preocupada. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella responde: No sé, pero he amanecido con el pensamiento de que algo muy grave va a suceder en este pueblo”.

Ellos se ríen de ella, dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el adversario le dice: “Te apuesto un peso a que no la haces”. Todos se ríen, él se ríe, tira la carambola y no la hace. Pago un peso y le pregunta: ¿Pero qué pasó, si era una carambola tan sencilla? Dice: “Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi mamá esta mañana sobre algo grave que va a suceder en este pueblo”. Todos se ríen de él y el que se ha ganado el peso regresa a su casa, donde está su mamá y una prima o una nieta o en fin, cualquier parienta. Feliz con su peso dice: “Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla, porque es un tonto”. “¿Y por qué es un tonto?”. Dice: “Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado por la preocupación de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo”.

Entonces le dice la mamá: “No te burles de los presentimientos de los viejos, porque a veces salen”. La parienta lo oye y va a comprar carne. Ella dice al carnicero: “véndame una libra de carne” y, en el momento en que está cortando, agrega: “Mejor véndame dos porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado”. El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice: “Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se está preparando, y andan comprando cosas”.

Entonces la vieja responde: “Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras”. Se lleva cuatro libras y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo en el pueblo está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice: “Se han dado cuenta del calor que está haciendo?”. “Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor”. Tanto calor que es un pueblo donde todos los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos. “Sin embargo —dice uno— nunca a esta hora ha hecho tanto calor”, “sí, pero no tanto calor como ahora”. Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un parajito y se corre la voz: “hay un pajarito en la plaza”. Y viene todo el mundo espantado a ver el pajarito.

“Pero, señores, siempre ha habido pajaritos que bajan”. “Sí, pero nunca a esta hora”. Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo. “Yo sí soy muy macho —grita uno— yo me voy”. Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen: “Si este se atreve a irse, pues nosotros también nos vamos”, y empiezan a desmantelar literalmente al pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo. Y uno de los últimos que abandona el pueblo dice: “Que no venga la desgracia a caer sobre todo lo que queda de nuestra casa” y entonces incendia la casa y otros incendian otras casas. Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio clamando: “Yo lo dije, que algo muy grave iba a pasar y me dijeron que estaba loca”.

Gabriel García Márquez


(Discurso pronunciado el 3 de mayo de 1970 en Caracas, Venezuela)